quinta-feira, 19 de maio de 2011

Recuerdo y escritura; destino y creación


por Roberto García Bonilla (*)


Para Lorena Hernández Muñoz


I

Si hemos de aceptar el aserto infancia es destino, éste encierra la  clave  de la gestación, desarrollo  y  proyección de la personalidad de cada individuo, y así se configuran las distintas  etapas de su crecimiento. De los padres, y su contexto, dependerán los  rumbos, algunos  insospechados, que cada hombre y cada mujer sigan en la vida. Jean Piaget y Gabriel García Márquez, han dicho, con ópticas distintas, que el destino de todo individuo queda marcado a los siete años de edad: es natural que la vocación profesional sea la continuación de una tradición familiar, aunque con frecuencia sucede que sin antecedentes ni influencias, por ejemplo, alguien adopte una carrera literaria con la sola frecuentación de la lectura.

Y en las  genealogías del parentesco –donde las emociones son primordiales- hay quienes asumen la vocación del escritor, teniendo la presencia del padre o de la madre como leit motiv de su escritura; tramas y atmósferas de modo irremisible, son una recuperación de la memoria que en su reconstrucción se acompaña de la fantasía. El acto mismo de escribir exige el uso de los recuerdos y la manipulación de la memoria; quien lo hace, copia o recrea un dibujo, puede ser un retrato hablado, casi siempre maquillado. Y cuando los rasgos contienen total  independencia  de los modelos   imágenes originales, se está inventando, más aún, se está ante un producto literario, cuyos rasgos  formales,  le  confieren atributos  de creación artística.

En Padre y memoria, (Ediciones Sin Nombre, 2009) Federico Campbell (Tijuana, 1941) despliega un abecedario personal sobre las herramientas y las constantes del proceso de escritura en los creadores, desde la relación con  sus  progenitores, hasta anomalías de la memoria, por ejemplo el Alzhéimer, enfermedad que representa la desaparición de la conciencia, el desmoronamiento del ser, antes que el agotamiento del corazón; ya con los hilos de la  memoria rotos, el paciente se reduce a un vegetal. La  fragilidad del ser humano ahora parece acentuarse; en la medida que se depuran y agigantan los procesadores y archivos de memoria digitales, la memoria humana, se adelgaza y se quebranta. Al tomar la imagen del Dr. Arnulfo Romo Trujillo[1], estamos perdiendo la capacidad de recuperar las melodías fundamentales y preferidas de la sinfonía del mundo perceptual. Cuando eso  sucede –aludiendo el título de una obra pionera de la  electroacústica- el oyente queda envuelto en la sinfonía para un hombre solo.


A lo largo de medio centenar de textos, el lector vislumbra, y penetra, en el vínculo de escritores con el padre que ya son paradigmáticas: Franz Kafka, Sam Shepard, Raymond Carver, Juan Rulfo, Paul Auster; éste último dejó plasmada la vida de su padre en La invención de la soledad (Anagrama, 1994), que connota como el amor por el progenitor no es un impedimento para descubrirlo de manera implacable, con todas sus flaquezas e inapetencias.

Campbell nos introduce a visiones que de la memoria tiene la neurociencia; detalles sobre la confluencia entre la neurobiología y la literatura: recientes estudios de la neurofisiología sobre el funcionamiento de la memoria se igualan con delicadas percepciones que tuvo Marcel  Proust; al igual que otros creadores, intuyó como funciona la memoria y altera sus contenidos, minucias que después se han demostrado en laboratorios de neurobiólogos. La propuesta de Jonah Lehrer contiene la afirmación que en todo recuento del pasado, naturalmente, está presente la invención.
 
II 

Uno de los temas más discutidos por los especialistas es la relación entre biografía y obra en los escritores así como la pertinencia de indagar sobre sus vidas al estudiar y dar cuenta de sus obras. Los escritores, sobre todo los narradores, escriben a partir de la suma de tradiciones literarias asimiladas y que conviven con su  propia  experiencia  en vigilia, además de la sucesión fugaz de imágenes oníricas que se encuentran funden con los recuerdos que, muchas veces sin saberlo, han marcado, quebrantado o manchado su  vida.

Es  cierto  un novelista, un cuentista, incluso un poeta –aunque con estructuras formales que pueden subvertir la sintaxis del habla cotidiana-, requieren de imaginación para concebir microcosmos del mundo y exaltaciones y soplos de vida de espacios visibles y recónditos; su habilidad en la estructuración de sus arquitecturas discursivas, su sensibilidad en la aprehensión de los prodigios el fango del mundo con un “habla” plurisignificativa –aunque describa  un  mundo  cerrado-  y su  capacidad de  la amalgamar  cuanto  aprehendió,  sintetizó e interpretó del  mundo,  diciéndolo, además, de un modo inconfundible: con estilo propio. La procedencia y motivaciones de las tramas y andamiaje del escritor son aspectos reservados los estudiosos de la literatura y, también, ocupan quienes encuentran señales y claves de historias sociales partir de historias particulares (un ejemplo de ello es la microhistoria).


Corrientes como el estructuralismo se restringen a la obra, pero hay quienes, como Edmund Wilson, que creen importante considerar, para el estudio de una novela, la obra misma, la biografía del escritor y el contexto histórico en que le tocó vivir. Cómo podría de otra forma, si todo texto literario, aun aceptando que se asienta en la imaginación, ésta no se concibe espontáneamente y algunos de sus fermentos provienen de la memoria, la cual encuentra imágenes, también, en la vaguedad de los sueños. No olvidemos que el deseo, en el sentido más amplio, es el más potente generador de aspiraciones y perseverancia en los proyectos en la vida. Cuando el deseo se  agota la vida es un deambular en la penumbra. Y un sueño, para decirlo con palabras de Hugo Hiriart, un fabulador de historias y de ideas, “es la realización (disfrazada) de un  deseo (suprimido o  reprimido)”. Y en el proceso escritural, en consecuencia, las dualidades deseo-realización, sueño-imagen, imaginación-invención, recuerdo-olvido, se cruzan, se complementan y, claro, también pueden obstruirse si se desfasan. Y una de las labores más delicadas del escritor es lograr que estas dualidades aparezcan en los instantes propicios en la previa organización ante el papel o el monitor en blanco. Y el rastreo de la memoria, vía los recuerdos, es un medio y un  fin en la tarea del narrador al concebir sus textos. Antonio Lobo Antunes ilustra el proceso: “la  imaginación no es otra cosa que la memoria fermentada. La memoria del narrador es el depósito que mejor contiene los elementos literarios de su experiencia ese humus que salva del olvido lo que merece perpetuarse en la escritura mientras  se  macera”.



III

La dinámica entre padres y futuros creadores son innumerables, algunos ya con perspectiva histórica son polémicos, por ejemplo el caso de Leopold Mozart sus hijos Maria Anna Walburga Ignatia (Nannerl) y Johannes Chrysostomus Wolfgang Theophilus Mozart (Wolferl). El padre descubrió, estimuló, administró y explotó el talento de sus hijos; juntos recorrieron la ciudades más importantes de Europa desde que Wolferl contaba con seis años de edad. Mozart, acaso el mayor genio artístico de la humanidad –tomando  en cuenta que murió poco antes de cumplir  los 36 años-, a  pesar de su rebeldía indómita, siempre veneró a su padre; a pesar de su gran talento, Nannerl, fue opacada por su hermano y tuvo que aceptar una vida adulta en la domesticidad familiar.

Hay casos en los que la extrañeza ante el padre en la infancia y sus diferencias ideológicas inquieta a los escritores y se alejan de su tierra natal, aunque en el momento no parezca deliberado. Eso parece haber sucedido con W. G. Sebald (1944-2001), el escritor  alemán nacido en Wertach, Allgäu en los Alpes bávaros (a unos 190 kms de Munich); hijo de un oficial nazi, creció con la sombra del holocausto. La familia emigró en 1965 a Suiza y cinco años después él se instaló en Norwich, al este de Inglaterra, donde fue profesor de literatura hasta que un accidente automovilístico, ocurrido en Norfolk cerca de su residencia,  detuvo su vida el 14 de diciembre de 2001. Una dilatada nostalgia se respira en la obra de Sebald; el insoportable recuerdo de que muy cerca de donde sus ojos palparon la virginal naturaleza en la infancia, una industria del horror y de la muerte funcionaba en Dachau, donde se abre, el 20 de marzo de 1933, el primer campo de concentración nazi, concebido para “tranquilizar” a los enemigos de Hitler.

Campbell nos lleva a la conclusión de que ciertamente hay desastres e iniquidades que sólo podrían ser narrados desde la ficción;  un ejemplo Jorge Semprum, que sobrevivió a los campos de concentración (Buchenbald) y escribió su experiencia  en El largo viaje (1994). El  escritor catalán llegó a decir “Para que la  verdad de aquel horror sea  asequible y digerible tiene que expresarse a través de la ficción”. Primo Levi sería un ejemplo de autocontrol cuya sobriedad inusitada lo lleva a escribir Si esto es un hombre (1946), su experiencia en Auschwitz. Aunque la fatalidad reapareció en su destino: el 11 de abril de 1987 la policía de Turín concluyó que se suicidó, al arrojarse por las escaleras del edificio en que vivía, instantes después de haber recibido su correspondencia postal.
 
IV

Las repercusiones de la presencia del padre en los creadores es un enigma cuyo impacto no siempre se trasluce. Y la orfandad no es menos significativa porque la ausencia engendra, al mismo tiempo, un sentimiento de pérdida y de búsqueda, y el temperamento de los creadores determinará sus inclinaciones en la recuperación insalvable del progenitor en la vida cotidiana y a través de la escritura. Recordemos al marino Louis Barthes que pierde la vida combatiendo en el Mar del Norte (26 de octubre de 1916), antes de que su hijo Roland Gerard Barthes (1915-1980) cumpliera un año de edad, el futuro teórico y pensador nunca se separó de su madre (Henriette Binger, 1893-1977), quien con su muerte provocó la escritura de un Diario de duelo (36 de octubre de 1977-15 de septiembre de 1979), una suma de 330 confesiones de incomprensión y queja ante la ausencia que sólo superó con su propia muerte accidental; en una de las notas se lee: “no quiero hablar por temor a hacer literatura –o sin estar seguro de que eso no lo sería- aunque de hecho la literatura se origine en estas verdades” (Diario de duelo, Siglo XXI, 2009, p. 33). Barthes murió -un mes después de haber sido atropellado por la camioneta de una lavandería frente al Collège de France el 26 de marzo de 1980.

La sola conciencia de la  pérdida provoca recuerdos, imágenes y debilitamiento de los cimientos afectivos; el resultado es una literatura que va de lo intimista a lo inclasificable, como también lo es Padre y memoria, que va de la crónica de las emociones del autor, entre lecturas, hasta la búsqueda de una síntesis estilística que en su reflexión alcanza momentos aforísticos.

Campbell describe, reflexiona con sutiles acentuaciones, temas que lo inquietan como lector y estimulan como escritor; hay motivos conclusiones que se reiteran en distintos textos a lo largo del libro que en su mayoría procede de la prensa escrita; ya reunidos convergen con profundidad meditativa. El escritor, además, muestra que la cita como recurso narrativo es, más que un punto de partida para la repetición simulada la glosa esquemática, la posibilidad de vitalizar el pasado y actualizar el presente de su narración con registros tonos originales, así memoria y estilo dejan semillas de historia que cada lector hará florecer.

Padre y memoria proyecta una curiosidad rica en sus digresiones y sugerencias, con la elegancia verbal. Seamos optimistas, sin necesidad de ser profesionales todos podemos ser escritores (incluso quienes sólo conciben historias mientras caminan o se bañan sin atreverse a escribirlas); todos  repetimos historias que hemos escuchado a largo de la vida en las aulas escolares, en las pláticas de sobremesa, en las calles, en los viajes, en pretensiosos periplos conversacionales, incluso, en ásperas discusiones que inevitablemente enfrentamos, sin olvidar cuánto hemos leído, aunque la fuente no haya sido la original. En la transición de la recuperación de la memoria y la escritura aparece la mentira inevitable que permite que los huecos dejados por el olvido se conviertan en delicadas restauraciones que conjuntamente erijan el edificio creativo.

Este título podría leerse como un diario de reflexiones en torno la memoria y lecturas afines; la sorpresa es uno de los ingredientes de esta meditación. La memoria y los procesos narrativos de los escritores con todos los prodigios de la tecnología actual y con los  lastres que los creadores y la humanidad entera enfrentan y padecerán.

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[1]  “Escuchar las señales eléctricas es como tener acceso a tu sinfonía preferida y capturar una melodía de ella” (p. 52).



(*) Roberto García Bonilla (Ciudad de México, 1959) realizó estudios de música en la Escuela Nacional de Música (UNAM). Obtuvo la Licenciatura en Letras Hispánicas y la Mestría en Letras Mexicanas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Ha ejercido el periodismo cultural en diarios y publicaciones de la ciudad de México. Es autor de Visiones sonoras (Siglo XXI-Conaculta, 2002), Un tiempo suspendido. Cronología sobre la vida y la obra de Juan Rulfo (Conaculta, 2008), Voces encontradas. Un recuento fragmentario de la crítica y la prensa en torno a Juan Rulfo, en prensa). Compilador de Arte entre dos continentes, de Mariana Frenk Westheim (Siglo XXI-Conaculta, 2005), y Fugacidad entre líneas, ensayos y cartas a Mariana Frenk-Westheim (en prensa). En la actualidad desarrolla el Doctorado en Letras en la UNAM.

segunda-feira, 18 de abril de 2011

Sor Juana recibe a Encarte

Desde Villahermosa, Margarito Palacios Maldonado me envía esta graciosa entrevista virtual con La Décima Musa de México (o Fénix de América), que publico en el blog como texto inaugural. Gracias, amigo. Y que disfruten leerla tanto como yo. 


Cd. de México, Nueva España. Abril de 1689.
Gracias a los buenos oficios de mi amigo Carlos de Sigüenza y Góngora, finalmente la gran poetisa mexicana, sor Juana Inés de la Cruz, me concede una entrevista para Encarte. En efecto, la tarde del viernes pasado la famosísima monja jerónima me recibió en el locutorio del convento, donde me obsequió una aromática infusión, traída por la nao de China, servida en una fina porcelana oriental.
–Así que estudiaste en este mismo lugar. –Me pregunta retóricamente la Décima Musa, refiriéndose al ex convento de San Jerónimo, mientras me observa con su mirada franca y familiar. –Me da gusto que este edificio haya sido rescatado después de tantos siglos de abandono.
–Para mí fue un gusto mayor, pues me dio la oportunidad de conocerla y disfrutar mejor su obra literaria. Su fama continúa creciendo, a pesar del tiempo, y sus admiradores se encuentran por todas partes. Ahora, con la Internet, es posible consultar sus obras en las bibliotecas virtuales, y son leídas por muchas personas.
–Sí, por supuesto. Las computadoras han venido a ser algo así como una moda para la enseñanza. Yo sigo prefiriendo los libros impresos. Sinceramente, no entiendo esa afición de Carlos por la Internet. Se pasa las horas navegando y se enfurece cuando su proveedor lo desconecta, cosa que no sucede en la lectura de libros. A mí me gusta tocarlos, ver sus letras, hojearlos y ojearlos sin la molesta luz de un fondo luminoso, por más atractivo que me lo pongan.
–Sí, desde luego; aunque ambos medios tienen sus propias ventajas. Pero, mi presencia aquí no tiene como propósito discutir los medios de información del siglo veinte, sino platicar con usted, traerle saludos de quienes hacemos el suplemento cultural Encarte del periódico El Sureste de Tabasco y, desde luego, hacerle un par de preguntas que, tal vez, no tienen mucho sentido.
–Todas las preguntas tienen más de un sentido. Por eso es que los políticos saben evadirlas hábilmente. ¿Qué quieres preguntarme? Ah, y puedes tutearme, si así lo deseas. No será menos el respeto mutuo.
–Gracias. La primera pregunta es con relación a la llamada Carta Atenagórica. ¿Por qué la escribiste?
–Ay, amigo mío. Ese papelillo me trajo más penas que glorias. Contestando tu pregunta con dos palabras: lo escribí por inocente. Siempre me pasa que, cuando soy franca, alguien se siente ofendido. Pero, sinceramente, si el padre Antonio Vieyra no me hubiera tentado con tan jesuítica perspicacia a hacerlo, hoy tendría menos problemas por enmendarle sus sermones que Marcos por pretender legislar desde la selva. Tal parece que los caballeros se arrogan el privilegio de la teología, dejando a las mujeres el limitado terreno de la frivolidad y la reflexión mundana. Es curioso que nadie intentara refutarme El Sueño.
–A ese poema se refiere mi segunda pregunta, precisamente. ¿Qué sentido tiene o qué tratas de mostrar en esa obra?
–¡Dios mío, qué preguntas me haces, Margarito! Creo que ni yo misma pude contestarlas cuando terminé de escribirlo. Al menos ninguna de las respuestas que se han dado me satisface. En principio, porque no trato de mostrar nada en particular. Si en la Carta Atenagórica señalo los errores que cometiera el padre Vieyra en uno de sus sermones, sobre los dones divinos que nos dejó Nuestro Señor Jesucristo, El Sueño no es más que un ejercicio de reflexión personal sobre la forma en que nuestro espíritu se aproxima al conocimiento de Dios y de las cosas del universo.
–¿Es tu teoría del conocimiento una teodicea?
–No propiamente, porque no se trata del conocimiento divino, sino del humano, del que está al alcance de todos los mortales. Tampoco es místico, como el de Santa Teresa de Jesús. Podría ser una teoría del conocimiento si lo hubiera presentado más ordenado y con cierto método expositivo. Pero no, no llega a ser tal.
–Hay muchas otras preguntas que me gustaría hacerte con relación al teatro, pero me temo que estoy abusando de tu tiempo y del espacio que me reservan en Encarte.
–Ya tendremos otras oportunidades para que las hagas. Te agradezco los saludos y las tintas que me obsequiaste del maestro Quintana. Es una maravilla que, con tan simples trazos, pueda transmitir la exuberancia de su tierra.
Me despido de la Fénix de la poesía en el momento en que suena la campana de la iglesia llamando al rosario. En mis manos todavía siento el calor de las suyas, de cuando me las estrechó para decirme casi en secreto: “Puedes escribirme por correo electrónico a la dirección de Carlos. El me hará llegar tu correspondencia.”
Margarito Palacios Maldonado
Poeta, escritor y editor. Labora en PEMEX
Fundador de las Escuelas de Escritores SOGEM y "José Gorostiza"
Miembro de la Sociedad de Escritores "Letras Y Voces De Tabasco"
Autor de la pieza teatral La caída de Quetzalcóatl (2006) y del
libro de poesía Yo también hablo de mí (PEMEX, 2010)