por Roberto García Bonilla (*)
Para Lorena Hernández Muñoz
I
Si hemos de aceptar el aserto infancia es destino, éste encierra la clave de la gestación, desarrollo y proyección de la personalidad de cada individuo, y así se configuran las distintas etapas de su crecimiento. De los padres, y su contexto, dependerán los rumbos, algunos insospechados, que cada hombre y cada mujer sigan en la vida. Jean Piaget y Gabriel García Márquez, han dicho, con ópticas distintas, que el destino de todo individuo queda marcado a los siete años de edad: es natural que la vocación profesional sea la continuación de una tradición familiar, aunque con frecuencia sucede que sin antecedentes ni influencias, por ejemplo, alguien adopte una carrera literaria con la sola frecuentación de la lectura.
Y en las genealogías del parentesco –donde las emociones son primordiales- hay quienes asumen la vocación del escritor, teniendo la presencia del padre o de la madre como leit motiv de su escritura; tramas y atmósferas de modo irremisible, son una recuperación de la memoria que en su reconstrucción se acompaña de la fantasía. El acto mismo de escribir exige el uso de los recuerdos y la manipulación de la memoria; quien lo hace, copia o recrea un dibujo, puede ser un retrato hablado, casi siempre maquillado. Y cuando los rasgos contienen total independencia de los modelos o imágenes originales, se está inventando, más aún, se está ante un producto literario, cuyos rasgos formales, le confieren atributos de creación artística.
En Padre y memoria, (Ediciones Sin Nombre, 2009) Federico Campbell (Tijuana, 1941) despliega un abecedario personal sobre las herramientas y las constantes del proceso de escritura en los creadores, desde la relación con sus progenitores, hasta anomalías de la memoria, por ejemplo el Alzhéimer, enfermedad que representa la desaparición de la conciencia, el desmoronamiento del ser, antes que el agotamiento del corazón; ya con los hilos de la memoria rotos, el paciente se reduce a un vegetal. La fragilidad del ser humano ahora parece acentuarse; en la medida que se depuran y agigantan los procesadores y archivos de memoria digitales, la memoria humana, se adelgaza y se quebranta. Al tomar la imagen del Dr. Arnulfo Romo Trujillo[1], estamos perdiendo la capacidad de recuperar las melodías fundamentales y preferidas de la sinfonía del mundo perceptual. Cuando eso sucede –aludiendo el título de una obra pionera de la electroacústica- el oyente queda envuelto en la sinfonía para un hombre solo.
A lo largo de medio centenar de textos, el lector vislumbra, y penetra, en el vínculo de escritores con el padre que ya son paradigmáticas: Franz Kafka, Sam Shepard, Raymond Carver, Juan Rulfo, Paul Auster; éste último dejó plasmada la vida de su padre en La invención de la soledad (Anagrama, 1994), que connota como el amor por el progenitor no es un impedimento para descubrirlo de manera implacable, con todas sus flaquezas e inapetencias.
A lo largo de medio centenar de textos, el lector vislumbra, y penetra, en el vínculo de escritores con el padre que ya son paradigmáticas: Franz Kafka, Sam Shepard, Raymond Carver, Juan Rulfo, Paul Auster; éste último dejó plasmada la vida de su padre en La invención de la soledad (Anagrama, 1994), que connota como el amor por el progenitor no es un impedimento para descubrirlo de manera implacable, con todas sus flaquezas e inapetencias.
Campbell nos introduce a visiones que de la memoria tiene la neurociencia; detalles sobre la confluencia entre la neurobiología y la literatura: recientes estudios de la neurofisiología sobre el funcionamiento de la memoria se igualan con delicadas percepciones que tuvo Marcel Proust; al igual que otros creadores, intuyó como funciona la memoria y altera sus contenidos, minucias que después se han demostrado en laboratorios de neurobiólogos. La propuesta de Jonah Lehrer contiene la afirmación que en todo recuento del pasado, naturalmente, está presente la invención.
II
Uno de los temas más discutidos por los especialistas es la relación entre biografía y obra en los escritores así como la pertinencia de indagar sobre sus vidas al estudiar y dar cuenta de sus obras. Los escritores, sobre todo los narradores, escriben a partir de la suma de tradiciones literarias asimiladas y que conviven con su propia experiencia en vigilia, además de la sucesión fugaz de imágenes oníricas que se encuentran y funden con los recuerdos que, muchas veces sin saberlo, han marcado, quebrantado o manchado su vida.
Es cierto un novelista, un cuentista, incluso un poeta –aunque con estructuras formales que pueden subvertir la sintaxis del habla cotidiana-, requieren de imaginación para concebir microcosmos del mundo y exaltaciones y soplos de vida de espacios visibles y recónditos; su habilidad en la estructuración de sus arquitecturas discursivas, su sensibilidad en la aprehensión de los prodigios y el fango del mundo con un “habla” plurisignificativa –aunque describa un mundo cerrado- y su capacidad de la amalgamar cuanto aprehendió, sintetizó e interpretó del mundo, diciéndolo, además, de un modo inconfundible: con estilo propio. La procedencia y motivaciones de las tramas y andamiaje del escritor son aspectos reservados a los estudiosos de la literatura y, también, ocupan a quienes encuentran señales y claves de historias sociales a partir de historias particulares (un ejemplo de ello es la microhistoria).
Corrientes como el estructuralismo se restringen a la obra, pero hay quienes, como Edmund Wilson, que creen importante considerar, para el estudio de una novela, la obra misma, la biografía del escritor y el contexto histórico en que le tocó vivir. Cómo podría de otra forma, si todo texto literario, aun aceptando que se asienta en la imaginación, ésta no se concibe espontáneamente y algunos de sus fermentos provienen de la memoria, la cual encuentra imágenes, también, en la vaguedad de los sueños. No olvidemos que el deseo, en el sentido más amplio, es el más potente generador de aspiraciones y perseverancia en los proyectos en la vida. Cuando el deseo se agota la vida es un deambular en la penumbra. Y un sueño, para decirlo con palabras de Hugo Hiriart, un fabulador de historias y de ideas, “es la realización (disfrazada) de un deseo (suprimido o reprimido)”. Y en el proceso escritural, en consecuencia, las dualidades deseo-realización, sueño-imagen, imaginación-invención, recuerdo-olvido, se cruzan, se complementan y, claro, también pueden obstruirse si se desfasan. Y una de las labores más delicadas del escritor es lograr que estas dualidades aparezcan en los instantes propicios en la previa organización ante el papel o el monitor en blanco. Y el rastreo de la memoria, vía los recuerdos, es un medio y un fin en la tarea del narrador al concebir sus textos. Antonio Lobo Antunes ilustra el proceso: “la imaginación no es otra cosa que la memoria fermentada. La memoria del narrador es el depósito que mejor contiene los elementos literarios de su experiencia ese humus que salva del olvido lo que merece perpetuarse en la escritura mientras se macera”.
III
La dinámica entre padres y futuros creadores son innumerables, algunos ya con perspectiva histórica son polémicos, por ejemplo el caso de Leopold Mozart y sus hijos Maria Anna Walburga Ignatia (Nannerl) y Johannes Chrysostomus Wolfgang Theophilus Mozart (Wolferl). El padre descubrió, estimuló, administró y explotó el talento de sus hijos; juntos recorrieron la ciudades más importantes de Europa desde que Wolferl contaba con seis años de edad. Mozart, acaso el mayor genio artístico de la humanidad –tomando en cuenta que murió poco antes de cumplir los 36 años-, a pesar de su rebeldía indómita, siempre veneró a su padre; a pesar de su gran talento, Nannerl, fue opacada por su hermano y tuvo que aceptar una vida adulta en la domesticidad familiar.
Hay casos en los que la extrañeza ante el padre en la infancia y sus diferencias ideológicas inquieta a los escritores y se alejan de su tierra natal, aunque en el momento no parezca deliberado. Eso parece haber sucedido con W. G. Sebald (1944-2001), el escritor alemán nacido en Wertach, Allgäu en los Alpes bávaros (a unos 190 kms de Munich); hijo de un oficial nazi, creció con la sombra del holocausto. La familia emigró en 1965 a Suiza y cinco años después él se instaló en Norwich, al este de Inglaterra, donde fue profesor de literatura hasta que un accidente automovilístico, ocurrido en Norfolk cerca de su residencia, detuvo su vida el 14 de diciembre de 2001. Una dilatada nostalgia se respira en la obra de Sebald; el insoportable recuerdo de que muy cerca de donde sus ojos palparon la virginal naturaleza en la infancia, una industria del horror y de la muerte funcionaba en Dachau, donde se abre, el 20 de marzo de 1933, el primer campo de concentración nazi, concebido para “tranquilizar” a los enemigos de Hitler.
Campbell nos lleva a la conclusión de que ciertamente hay desastres e iniquidades que sólo podrían ser narrados desde la ficción; un ejemplo Jorge Semprum, que sobrevivió a los campos de concentración (Buchenbald) y escribió su experiencia en El largo viaje (1994). El escritor catalán llegó a decir “Para que la verdad de aquel horror sea asequible y digerible tiene que expresarse a través de la ficción”. Primo Levi sería un ejemplo de autocontrol y cuya sobriedad inusitada lo lleva a escribir Si esto es un hombre (1946), su experiencia en Auschwitz. Aunque la fatalidad reapareció en su destino: el 11 de abril de 1987 la policía de Turín concluyó que se suicidó, al arrojarse por las escaleras del edificio en que vivía, instantes después de haber recibido su correspondencia postal.
IV
Las repercusiones de la presencia del padre en los creadores es un enigma cuyo impacto no siempre se trasluce. Y la orfandad no es menos significativa porque la ausencia engendra, al mismo tiempo, un sentimiento de pérdida y de búsqueda, y el temperamento de los creadores determinará sus inclinaciones en la recuperación insalvable del progenitor en la vida cotidiana y a través de la escritura. Recordemos al marino Louis Barthes que pierde la vida combatiendo en el Mar del Norte (26 de octubre de 1916), antes de que su hijo Roland Gerard Barthes (1915-1980) cumpliera un año de edad, el futuro teórico y pensador nunca se separó de su madre (Henriette Binger, 1893-1977), quien con su muerte provocó la escritura de un Diario de duelo (36 de octubre de 1977-15 de septiembre de 1979), una suma de 330 confesiones de incomprensión y queja ante la ausencia que sólo superó con su propia muerte accidental; en una de las notas se lee: “no quiero hablar por temor a hacer literatura –o sin estar seguro de que eso no lo sería- aunque de hecho la literatura se origine en estas verdades” (Diario de duelo, Siglo XXI, 2009, p. 33). Barthes murió -un mes después de haber sido atropellado por la camioneta de una lavandería frente al Collège de France el 26 de marzo de 1980.
La sola conciencia de la pérdida provoca recuerdos, imágenes y debilitamiento de los cimientos afectivos; el resultado es una literatura que va de lo intimista a lo inclasificable, como también lo es Padre y memoria, que va de la crónica de las emociones del autor, entre lecturas, hasta la búsqueda de una síntesis estilística que en su reflexión alcanza momentos aforísticos.
Campbell describe, reflexiona con sutiles acentuaciones, temas que lo inquietan como lector y estimulan como escritor; hay motivos y conclusiones que se reiteran en distintos textos a lo largo del libro que en su mayoría procede de la prensa escrita; ya reunidos convergen con profundidad meditativa. El escritor, además, muestra que la cita como recurso narrativo es, más que un punto de partida para la repetición simulada y la glosa esquemática, la posibilidad de vitalizar el pasado y actualizar el presente de su narración con registros y tonos originales, así memoria y estilo dejan semillas de historia que cada lector hará florecer.
Padre y memoria proyecta una curiosidad rica en sus digresiones y sugerencias, con la elegancia verbal. Seamos optimistas, sin necesidad de ser profesionales todos podemos ser escritores (incluso quienes sólo conciben historias mientras caminan o se bañan sin atreverse a escribirlas); todos repetimos historias que hemos escuchado a largo de la vida en las aulas escolares, en las pláticas de sobremesa, en las calles, en los viajes, en pretensiosos periplos conversacionales, incluso, en ásperas discusiones que inevitablemente enfrentamos, sin olvidar cuánto hemos leído, aunque la fuente no haya sido la original. En la transición de la recuperación de la memoria y la escritura aparece la mentira inevitable que permite que los huecos dejados por el olvido se conviertan en delicadas restauraciones que conjuntamente erijan el edificio creativo.
Este título podría leerse como un diario de reflexiones en torno a la memoria y lecturas afines; la sorpresa es uno de los ingredientes de esta meditación. La memoria y los procesos narrativos de los escritores con todos los prodigios de la tecnología actual y con los lastres que los creadores y la humanidad entera enfrentan y padecerán.
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[1] “Escuchar las señales eléctricas es como tener acceso a tu sinfonía preferida y capturar una melodía de ella” (p. 52).
(*) Roberto García Bonilla (Ciudad de México, 1959) realizó estudios de música en la Escuela Nacional de Música (UNAM). Obtuvo la Licenciatura en Letras Hispánicas y la Mestría en Letras Mexicanas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Ha ejercido el periodismo cultural en diarios y publicaciones de la ciudad de México. Es autor de Visiones sonoras (Siglo XXI-Conaculta, 2002), Un tiempo suspendido. Cronología sobre la vida y la obra de Juan Rulfo (Conaculta, 2008), Voces encontradas. Un recuento fragmentario de la crítica y la prensa en torno a Juan Rulfo, en prensa). Compilador de Arte entre dos continentes, de Mariana Frenk Westheim (Siglo XXI-Conaculta, 2005), y Fugacidad entre líneas, ensayos y cartas a Mariana Frenk-Westheim (en prensa). En la actualidad desarrolla el Doctorado en Letras en la UNAM.
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