por Joan Benavent
En los últimos tiempos se me da por leer los pequeños libros de grandes autores. En verdad, nunca son pequeños. Por el contrario, en la brevedad de pocas páginas suelen revelarnos mediante la crónica de viajes y estadías la enorme dimensión de sus renglones.
Hace poco comenté en el muro de Capitán Swing Ediciones el trabajo de John Steinbeck sobre el viaje con
Robert Capa a la URSS de 1948. Ahora me cabe elogiar la edición que
Elba imprimió de Hemingway y su corresponsalía parisina de 1922/23
para el Toronto Star canadiense. Son fugaces pantallazos
autoconclusivos de la Ciudad Luz en la posguerra, desgranados mediando
su estilo contundente, de frases cortas que proyectan largos recorridos.
En algunos pasajes, este amante de los viajes, la bebida, las corridas
de toros o la caza mayor, y apologista de la virilidad, nos revela su
rostro más humano. Y vale la pena comprobarlo.
El mérito en la sensitiva traducción de Clara Pastor en la edición de esta joya (me apuntaba María Aparecida, que traduce en tres idiomas entre otras bondades literarias y humanas) "es un notable valor agregado".
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